Resolución conjunta del Senado y la Cámara de Representantes de Estados Unidos (18-4-1898)
Considerando que el aborrecible estado de cosas que ha existido en Cuba durante los últimos tres años, en isla tan próxima a nuestro territorio, ha herido el sentimiento moral del pueblo de los Estados Unidos; ha sido un desdoro para la civilización cristiana y ha llegado a un período crítico con la destrucción de un barco de guerra norteamericano y con la muerte de 266 de entre sus oficiales y tripulantes, cuando el buque visitaba amistosamente el puerto de La Habana (…).
El Senado y la Cámara de Representantes, reunidas en Congreso, acuerdan:
Primero: Que el pueblo de Cuba es y debe ser libre e independiente.
Segundo: Que es deber de los Estados Unidos exigir, y por la presente su gobierno exige, que el gobierno español renuncie inmediatamente a su autoridad y gobierno en Cuba y retire sus fuerzas terrestres y navales de las tierras y los mares de la isla.
Tercero: Que se autoriza al presidente de los Estados Unidos y se le encarga y ordena que utilice todas las fuerzas militares y navales de los Estados Unidos (…) en el número que sea necesario para llevar a cabo estos acuerdos.
Cuarto: Que los Estados Unidos, por la presente, niegan que tengan ningún deseo ni intención de ejercer jurisdicción ni soberanía, ni intervenir en el gobierno de Cuba, si no es para su pacificación, y afirman su propósito de dejar el dominio y gobierno de la isla al pueblo de esta, una vez realizada dicha pacificación”.
El Tratado de Paz de París (10-12-1898)
Art. 1. España renuncia a todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba. En atención a que dicha isla, cuando sea evacuada por España, va a ser ocupada por los Estados Unidos, los Estados Unidos mientras dure su ocupación, tomarán sobre sí y cumplirán las obligaciones que por el hecho de ocuparla les impone el derecho internacional, para la protección de vidas y haciendas.
Art. 2. España cede a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás que están ahora bajo la soberanía en las Indias Occidentales, y la isla de Guam en el archipiélago de Las Marianas.
Art. 3. España cede a los Estados Unidos el archipiélago conocido por las islas Filipinas. Los Estados Unidos pagarán a España la suma de veinte millones de dólares dentro de los tres meses después del canje de ratificaciones del presente tratado.
Aprobado por el Senado Estadounidense el 6 de febrero de 1899.
Fácil
no es adelantar que las grietas que iban abriéndose en el sistema
tradicional se ahondaron hasta producir una especie de seísmo
en 1898, es decir, cuando el Estado español pasó por el trance de
perder los restos de su imperio colonial. 1898 sirve de punto de
referencia, para fijar la crisis que se abre. Crisis que es evidente
en lo que se refiere al sistema colonial sobre el que todavía se
apoyaba gran parte de la vieja España, de donde procede un «saneado»
sector de la acumulación primitiva del capitalismo español; pero
también la permanencia de aquellas colonias galvanizaba la
“ideología de consolación” que daba una falsa conciencia de
dominadores y «civilizadores» cuando en realidad se estaba en una
situación marginal a la Europa de entonces.
La
crisis era también el sistema político de la Restauración, en
cuanto a él Incumbía la responsabilidad de haber dirigido el país
durante un cuarto de siglo. Las catástrofes navales de Cavite y
Santiago, el armisticio de agosto de 1898, el tratado de París de
diciembre del mismo año, son como el fulminante que transforma la
crisis potencial en crisis efectiva y abierta. Dicho de otro modo: la
crisis estructural existente (crisis latente, como son siempre las
estructurales) se transformaba en crisis abierta, en coyuntura
conflictiva, al aplicársele el «detonador» de los acontecimientos
de 1898. El 98 marca, pues, un punto de ruptura, sobre todo en dos
aspectos esenciales:
a)
El
dominio colonial
b)
La
hegemonía ideológica de la oligarquía.
He
aquí dos hechos históricos que cesarán de tener vigencia a partir
de aquella coyuntura.
Tuñón
de Lara, Manuel (1986): España: la quiebra de 1898, Madrid, SARPE,
p. 25-26.
Entre
la emancipación de los grandes Virreinatos americanos y el 98, la
Monarquía española estuvo integrada por el territorio peninsular y
por un amplio conjunto de islas y enclaves repartidos por zonas
distintas y distantes entre sí.
Si
se relaciona la debilidad del Estado -apenas industrializado y
escasamente modernizado- con la dispersión de sus territorios, no
debe extrañar que su posición internacional fuese muy insegura.
España se veía implicada en, al menos, tres grandes problemas
internacionales. Primero, el del estrecho de Gibraltar, donde
competían Francia e Inglaterra; luego, el de las Antillas, donde los
anglo franceses no podían frenar la expansión norteamericana y
por, último, el del Pacífico, donde todas las potencias competían
por sus ricos mercados.
A
la hora de hacer frente a esos problemas, la iniciativa española
quedaba condicionada por la política de tres poderosos vecinos: en
Europa, Francia e Inglaterra; en América, Estado Unidos. Para
Europa, los gobernantes españoles habían acuñado el principio:
“Cuando Francia e Inglaterra marchen juntas, seguirlas; cuando no,
abstenerse”. Para el Caribe habían confiado en la fuerza de la
determinación franco-británica de mantener el statu quo. Pero, a
fines del siglo XIX, ni Francia e Inglaterra marchaban juntas, ni
parecían dispuestas a frenar a Estados Unidos en el Caribe.
El
régimen de la Restauración no había sido capaz de proporcionar a
España una posición Internacional más firme. Ni Cánovas ni
Sagasta fueron capaces de sustraer la política exterior a una muy
difícil relación con la III República. [ ... ]
Tanto
conservadores como liberales cometieron un grave error: no
percibieron el sentido de la transformación del sistema
internacional y de la vinculación entre los problemas europeos y los
problemas coloniales. No analizaron correctamente los intereses y las
tendencias de las grandes potencias; siguieron confiando en que la
defensa del principio monárquico podría proporcionarles apoyos
internacionales en los momentos de peligro.
Torre
del Río, Rosario de la (1998): «A merced del huracán», La
aventura de la historia, núm. 2, p. 90-9 1.
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